viernes, 13 de diciembre de 2013

Washington Sarlanga Sasarasa


Esta mañana un atrevido me dijo con cierto tono de reproche: “Los uruguayos tiene cuatro apodos para todos: el gordo, el flaco, el negro y el pelado”. Creo que se siente preocupado porque pronto será juzgado por un equipo entero de yoruguas ansiosos por bautizarlo con su merecido apodo después de un rápido juicio. Yo le digo “tranqui Krusty, como mucho te llevarás el de flaco o rulo”. Creo que el “flaco” le hace hasta un poquito de ilusión.
 Es una actividad muy común entre los charrúas la de ponerle apodos a la gente, digamos que es algo tan natural como involuntario y aunque muchas veces se disfruta y otras se hace con mala leche, es parte de nuestra cultura. La mayoría de los apodos surgen como alias en relación a nuestro nombre, en relación a nuestra apariencia física, o alguna cualidad de nuestra personalidad, muchas veces incluso pueden surgir de alguna anécdota de nuestra vida que acaba sentenciándonos para siempre. Yo de éstas tengo un rato.
Voy a empezar por la anécdota más antigua que recuerdo en la que recibí el apodo que con orgullo llevo hasta la fecha. El día que me empecé a llamar Karancha. Éramos chicas, (hace más de 20 años) y jugábamos en el terreno del fondo de casa que papá había puesto unas hamacas (columpios). Eran como las de las placitas, las típicas que tienen varias partes: dos columpios, un trapecio, un columpio para dos, etc. El juego consistía en cruzar desde un columpio a otro sin pisar el suelo, que se suponía que era un mar de lava. Nosotras éramos piratas que teníamos que conquistar otros barcos (éstos eran los columpios) y entonces nos pusimos nombres: a ella, que se llama Victoria, la llamé "Vickinga", y a mí (que me llamo Karen…) ella me puso "Karancha". Luego Karancha derivó en Karanchita y bueno, muchas otras.  
En la escuela me vi sometida a muchos apodos. El primero que recuerdo y que, por suerte, no condicionó mi prematura adolescencia pero me convirtió por un tiempo en el hazmerreír de mi clase, fue un apodo que me puso una profesora de educación física sin ella misma darse cuenta de cómo acababa de sentenciarme: “¡Karen! ¡Dobla esas rodillas que corres como un pato!”…pato!...pato!...to!...o!... (Eco). Ya está. No hizo falta más. Todos la escucharon, no había lugar para el error. El resto de mis días en el instituto pasé a ser “Pato jajaja”. Porque a los niños les hacen gracia los apodos, sobre todo si al afectado no le hace gracia, cuanta menos, más.
No recuerdo bien si fue en la escuela o en el instituto pero hubo una época en la que se puso de moda meterse con mi nombre y se inventaban apodos que acababan sin tener nada que ver conmigo o con mi nombre pero era divertido. Para ellos. Algunos de esos apodos eran “carreta”, ”carretilla”, luego las cosas empeoraron cuando empezaron a meterse con mi apellido (Bentancur) y surgían palabras como “bentanculo”, “bentamelculo”, y otras cosas con “culo”.
A medida que fuimos creciendo y todos empezaron a darse cuenta de que yo ya no crecería más, empezaron a llamarme “peti”, “petisa”, “peque”, “chiquitita”, “enana”, “amiga de bolsillo”, "petisita culona", “inspector de sócalo”, “carpintero pobre” (porque no tiene 1 metro), “amormini”, “¿por qué eres tan mini?”,  etcéteras. También siempre he sido “gorda”, o “gordi”, “negra” o “negri”, para mis amigos y papás. También algunos de mis amigos me llaman “mona” o “monísima”. Para mi mamá soy “chanchis” o “chanchita”, supongo que será por la nariz… También para Jessi fui “vaca”, “karebro” o “jaka”. Ahora que recuerdo hubo una época en la que me llamaban “Margarita”, como la vaca del primer gran hermano argentino y mis abuelos me llamaban “el pollito bebé”, porque hay que apagarle la luz para que deje de comer. Sí, hubo una época en la que comí mucho. Para mis tíos siempre fui “la Lore”, que más que un apodo es mi segundo nombre pero solo lo usaban ellos y “Karen DiCaprio” porque era su fan número uno =) Nota: Cumplimos años el mismo día =). Para mis hermanitas soy simplemente “Ka” y también para la mayoría de mis amigos.  Y bueno, seguro que me dejo unos cuantos, pero los más actuales y a partir de mi nuevo pelo rapado que ya todos conocen, soy “la pelada” o “carlitos”.
Aunque siempre seré "Karanchita". Pa’ servirles!


 


Recuerdo de nuestra infancia =) Jessinky y Karebro. Te quiero pendeja!!


miércoles, 27 de noviembre de 2013

Abrazo, beso y piti



¡¡¡¡Indignación fatal!!!! ¿Será que la suerte se la hace uno? ¿Existe el karma? ¿Por qué siempre me pasan estas cosas a mí? Pobrecita, qué típico en vos…  La verdad es que prefiero atribuirlo a una putadita de la burocracia cósmica antes que reconocer que soy bobita y que sí, la suerte se la busca uno. Estoy hablando de la facilidad con la que mi intimidad es invadida constantemente como una tomadura de pelo. Y eso que no me queda mucho. Otra vez han intentado robarme, pero esta vez, sin éxito. Y no porque lo haya impedido aplicando mis conocimientos de artes marcianas después de un cuatrimestre de Taekwondo, ni porque haya llegado a tiempo para apretar el gatillo del karma. Ganas no me faltaban. Pero no, no fue por eso. La verdad es que no sé por qué fue. O mejor dicho por qué no fue. 

Calculo que no pudieron romper el candado con lo que llevaban encima, o que no se las ingeniaron para descifrar la clave de cuatro dígitos. Sí, leyeron bien, era un candado de esos… De los de mierda que se abren solo con mirarlos. Al principio usaba una clave que durante un tiempo usé para todo, hasta para la tarjeta de crédito. Yo pensaba que era tan fácil que nadie imaginaría que existiera una persona tan boluda como para usar esa combinación. Por eso la usaba. Era mi cumpleaños. La clave era mi fecha de cumpleaños. Y lo anecdótico y por qué no, ridículo, es que mi cumpleaños es el 11/11, por lo que la combinación era 1111, la más simple del mundo.  (La digo porque ya no la uso ni la volveré a usar). La cuestión es que el “guardia” de la facultad quiso llevarse todo el crédito cuando nos vio a mi amigo Pep de Potries y a mí intentando terminar de romper el candado, esta vez con éxito, para poder irme a casa en mi bici, e insinuó que éramos ladrones… Me hirvió la sangre. El candado estaba todo torcido, motivo por el cual no podía abrirlo.  Nos ayudamos de un pedrusco enorme que Pep se sacó de bajo de la manga, como en las películas y yo llevaba una llave inglesa en la mochila (oh!) para ajustarle los frenos que justo hoy había aflojado antes de irme a clase para quitarle el cajoncito de detrás, que estaba todo flojo y colgando de una tuerca, y entonces pensé: “ahora que no tiene el cajoncito, no me la querrán robar?......... Nah!”  ¿¿Casualidad?? ¿¿Suerte?? Ahora la bici parece un poco menos cutre, o más ligera, o menos llamativa, o más. En fin, es una bici de niño por la que ni siquiera pagué, pero es MI bici. 

Una vez más han querido invadir mi intimidad como aquel día en Rojas Clemente. Bueno, como uno de aquellos días.  Luego de haberme robado la anterior bici de la farola de la equina, y semanas más tarde, haberse metido a robarme la cartera por la ventana de mi coche mientras que yo, bajo la lluvia, yacía en el suelo cambiando la rueda pinchada, justo al lado opuesto de la puerta del conductor, le di otra oportunidad al barrio. Para unas mañanas más tarde salir al balcón y que mis ojos  confirmaran que lo que parecía una inocente broma de mi amiga, era una realidad: “negra, te rompieron el cristal del coche…” Solo puedo decir que me enfurecí. Esta es una historia que tenía pendiente contar pero por vergüenza ajena hacia mí misma la aplacé hasta hoy. No sé si es más vergonzoso el desarrollo o el desenlace. Fue todo tan ridículo que mis amigos inventaron un brindis en honor y burla a esta historia que es justamente lo que da el título a este post.

Mi reacción no la esperé ni yo. Siempre me consideré una persona pacífica a pesar de no ser muy normal, lo reconozco, hablemos desde la humildad. Nunca antes había sentido tantas ganas de hacerle daño a alguien, daño físico, de verdad. Me enloquecí, perdí el control, me llené de ira. Hay testigos. Nunca antes había gritado tan fuerte como ese día, ni sabía que tenía esa capacidad. Casi sobrevolando los escalones, bajé sartén en mano con un objetivo claro. El Cebolla. El yonki más importante del barrio, el que siempre tiene la culpa de todo. El de la nariz rota, la cabeza pelada y la voz carrasposa. Lo tenía claro desde el primer momento, desde que me robaron la vez anterior, desde que lo conocí. Estaba indignadísima. Me habían roto la ventana del coche para arrancarme una radio de mierda pero que reproducía MP3 y lo peor de todo… las tres carpetas de CDs originales, grabados, de amigos, de familia y míos. Mis fieles compañeros de viajes a Gandia, la discografía original completa de Blink182… Alanis Morissette, Aerosmith… Toda mi adolescencia y la de mis amigos materializadas ya no estaban. Pero eso no era lo que más rabia me daba, no era la ausencia, al fin y al cabo son cosas materiales, esos principios los tengo claros. Me daba rabia el hecho de que alguien se sintiera con derecho a joderme así como así y ya está. Por supuesto que las molestias prácticas causadas exageraban la gravedad de la situación y eso me ponía aún más loca. Todo el barrio se enteró. Mis gritos se escuchaban desde el mercado y desde el Rincón de las tapas gratis. Lo cuento y me veo desde afuera. Yo sólo quería reventarle la cabeza a ese….”¡¡hijo de puta, te voy a matar, estoy harta de este barrio de mierda!!....”  Sólo había que verme amenazando a un yonki. Más tarde, como era de suponer, se me pasó toda la euforia, me tranquilicé y empecé a sentirme mal. ¿Y si no fue él y yo estoy aquí amenazándolo con una sartén e insultándolo escandalosamente delante de todos? Me paré a pensar por un momento… ¿y si no fue él? La carga era terrible. Me sentía peor que pensando que había sido él. Me sentí culpable. Me sentí avergonzada y le pedí disculpas. El tipo se conmovió y me abrazó. Me dio un beso. Y luego me pidió un piti. Yo estaba confundida, pero conforme, en parte, así que se lo di. Después de un rato lo tenía a él y a otro cuida coches debajo de mi balcón, ofreciéndome sus servicios “desinteresados” para vigilarme al Poderoso.

Estoy segura de que fue él. Pero no soy de la clase de gente que va por ahí dando sartenazos.





Este es un fragmento de la peli de Sebastián Borensztein, La suerte está echadaque me resultó muy curioso y divertido.  =)





miércoles, 2 de octubre de 2013

From lost to the river


Escucho el sonido del whatsapp desde la cocina con toda la cara sumergida en una nectarina gigante que compré en el mercado y con el jugo casi hasta la frente pienso que podría ser importante. Pero la situación es muy engorrosa  y miro hacia el cuarto, miro mis manos, busco algo para limpiarme, miro la jugosa nectarina… baj! ¡Qué coño!  Sea quien sea seguro que puede esperar. O a lo mejor no. Era una alumna. Ah, qué ¿no les conté? Ahora soy teacher, hell yeah! Un día algo me cambió y me corté el pelo. …Un momento, esto tiene toda la pinta de que me voy a ir por las ramas y acabaré post-poniendo el post como siempre o me quedaré tres días y tres noches (con la mirada fija en la mezcla) intentando conectarlo todo para darle un sentido.

¡Vamos allá! Un día algo me cambió y me corté el pelo. Me lo rapé. Ya tenía ganas hace bastante tiempo pero me daba miedo arrepentirme y no me imaginaba sin pelo aunque a la vez lo que más deseaba era ser pelada y estar así de fresquita como estoy ahora y además estoy muy sesi. Entonces de repente empecé a tomar un montón de decisiones acertadas. Parece una tontería pero los cambios radicales, así sean simplemente estéticos, ayudan un montón a quitarse los miedos. O a centrarse. O yo que sé si es verdad o casualidad, pero la cuestión es que así se dio en mí. Con la cabeza rapada y como si ya no me importara nada,  decidí renunciar a mi trabajo. Sí, ese trabajo de mierda en el que llevo como siete años. Mi segunda licenciatura, mi segunda casa. Siete años por los que ha pasado un montón de gente linda y también gente fea. Siete años de anécdotas divertidas y de ataques de histeria y ganas de matar. Pero sobretodo, siete años de hacer lo que no me gusta para sobrevivir. De limpiar mierda ajena, de servir, de ser explotada y de casi explotar. Y sobre todo, de posponer y opacar mis otras habilidades, capacidades o virtudes. Por miedo. O por vergüenza. En fin, el miedo y la vergüenza en este caso para mí son la misma cosa. (No cuando se trata de cucarachas). Entonces me dije “Karancha, déjate de joder y ponéte a dar clases de inglés que para algo te pasaste diez años de tu vida estudiando, no solo para irte de intercambio a despilfarrar que al final en pedo tampoco es que importaran demasiado tus conocimientos.” Sabias palabras de la mujer madura y pelada que soy hoy. El ejemplo a seguir de mis hermanas menores. El orgullo de mis padres. Carlitos.
Fue así entonces como me enloquecí y me fui a pegar anuncios por el barrio ofreciendo mis clases particulares de inglés. Y me llamaron. Y esa ha sido la decisión más acertada del mes. =)

Ahora que ya todo me chupa un huevo (también me gusta mucho decir “me la refanfinfla”), me tomaré las clases con humor y comenzaré a difundir el nuevo anuncio que he creado con tanta dedicación. Espero que les guste =)

miércoles, 8 de mayo de 2013

5 días sin fumar


Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!


Na, la verdad es que no. La verdad es que no es como para gritar, pero desde el primer día he querido hacer la gracia sobre lo mal que lo llevo, porque suele ser así, pero la verdad es que no lo llevo tan mal. No lo llevo nada mal, contra todo pronóstico. Y es que no decidí dejar de fumar ni me propuse hacer un esfuerzo sino que, de repente, se me fueron las ganas.
Una mañana me levanté con un dolor en el pecho asqueroso. Ustedes se preguntarán si un dolor puede ser asqueroso. Sí, puede. Es una mezcla de asco con dolor = dolor asqueroso. Me dolía el pecho e imaginaba mis pulmones negros, como en Constantine. Esa escena en la que el diablo le arranca la nicotina de los pulmones para no dejarle morir. Toda esa sustancia negra que parece alquitrán. Bueno, nicotina, alquitrán, en fin, mierdas componentes del tabaco. Entonces ese día tuve ganas de no fumar. Y el siguiente, y el siguiente… Y sin hacer ningún esfuerzo, de repente tuve ganas de no fumar, de no oler el humo, y de sentirme limpia. Es una cosa muy rara sí, pero la verdad es que en estos 5 días no he tenido ganas de fumar, más bien todo lo contrario, ganas de hacer deporte.
La otra noche soñé que fumaba por inercia, por rutina. Soñé que me liaba un cigarro y le daba dos caladas, entonces me daba cuenta de que yo ya no fumaba y me moría del asco y se lo daba a otra persona e iba corriendo a lavarme los dientes. Lo curioso es que no sentía culpa, no había sido más que un acto estúpido por error, por costumbre. No quería fumar. No es que cayera en la tentación después de muchos esfuerzos y luego me sentiera mal. Lo hacía sin pensar, sin darme cuenta. Un amigo que dejó de fumar ya hace meses, me dijo que él tuvo un montón de sueños de este tipo desde entonces. Me dijo unas cuantas cosas. Hablamos de olores. Le pregunté si sigo oliéndole a tabaco y me dijo que ya no. Así que a lo mejor ya se ha ido todo de mí. Pensaba que lo de los olores era una leyenda urbana pero es verdad, ahora todo huele a algo, TODO, todo huele. Es un poco insoportable.
Pero también es lindo =) 







Me están entrando muchas ganas de volver a ver esta peli, la vemos?  =D


viernes, 26 de abril de 2013

Que el olvido no le gane al recuerdo



Hace dos días llegó mi hermana de Galicia, Jessi. Parece que hiciera una semana con todo lo que hemos hecho ya. O más bien con todo lo que hemos hablado ya. Hablamos como si no hubiera mañana. O más bien, hablamos de muchos ayeres, “para que el olvido no le gane al recuerdo”. Esta última frase me la dijo una vez, hace muchos años, un amigo muy lejano (en todos los sentidos), pero increíblemente amigo. Y eso hace muchas veces la distancia: que tus lazos se fortalezcan. Otras veces que se rompan y otras muchas que se pierdan. Pero cuando se vuelven a encontrar los caminos, es algo tan bonito que uno se olvida de la distancia y del tiempo. Y parece que fuera ayer…

Hace bastante tiempo que no me pongo nostálgica con Uruguay. Hace tanto tiempo de aquello que a veces pienso “la vida sigue”… pero con un gesto triste de ilusión rota. Últimamente estoy melancólica porque Jessi me vino con los cuentos de su viaje al paisito. (¡Digo últimamente y sólo han pasado 2 días!) Cuando nos fuimos ella era una niña, y ahora volvió por primera vez en diez años siendo grande, muy grande. Un poco cabeza dura  y bastante pelotudita. Pero eso ya es harina de otro costal (guiño ;) guiño ;) 

Jessi tiene una memoria impresionante. Así como papá se acuerda de casi todos los números de teléfono que alguna vez aprendió y Sole se acuerda de todas las fechas de cumpleaños que alguna vez le dijeron, Jessi se acuerda de detalles y de descripciones completas de casi todo lo que alguna vez le entró por esos enormes soles que tiene por ojos. Cuando era chiquita se le pegaban las pestañas contra los lentes de tan largas que las tenía. Y aún las tiene, pero imaginen las proporciones. Puro ojo. Te comía con la mirada y te daban ganas de comértela. También a veces te daban ganas de matarla. Cuando éramos chicas peleábamos mucho. Éramos muy cabronas la una con la otra, pero las putadas que nos hacíamos eran directamente proporcionales al amor que nos teníamos y nos tenemos. Recuerdo que cuando se ponía muy pesada yo me convertía en un personaje malvado y la perseguía por la casa diciendo “¡Yo soy Jacka!”, una especie de mezcla entre Jack el destripador y Ka, osea yo. Y ella se cagaba de miedo y lloraba y gritaba y me pegaba patadas. Y luego nos reíamos. En verdad ella nunca se creyó el personaje pero no sé por qué le gustaba seguirme el juego. ¿Quién era más niña?... 

Peleábamos por vicio. Recuerdo que una vez la encerré un rato en el taller de cerámica de papá con la luz apagada y me odió muchísimo. Sólo duró unos segundos porque enseguida me di cuenta de lo cruel que estaba siendo y le abrí la puerta casi tan rápido como la cerré, llorando, pidiéndole perdón, pero era demasiado tarde. Fuego salía de sus ojos, sus lágrimas me quemaban cuando me salpicaban mientras me pegaba y yo no podía defenderme porque me sentía demasiado culpable. Imagínense las patadas de una niña de 4 años. El daño no era físico, era peor. Pero también imagínense ¡cuánto nos queríamos como para hacernos tanto daño! Daño de hermanas pequeñas. Nos queremos muchísimo. Nos amamos y nos echamos de menos. Las 3. Joanna es más pequeña y ha vivido con Jessi casi lo mismo que Jessi ha vivido conmigo. Las peleas, las risas, la adolescencia… Una vez Jessi me dijo algo que me hizo saltar las lágrimas contra la pantalla: “quiero que sienta lo que sentí yo cuando era niña y te tenía conmigo, cuando me quería parecer a vos” Me llena de orgullo saber que, a pesar de Jacka, se quería parecer a mí. ¡Pero mejor que no! XD

Las circunstancias de la vida han hecho que estemos lejos y no podamos compartir todo lo que quisiéramos ni seguir creciendo juntas. Y eso debe ser lo que más tristeza me causa del mundo. Pero también pienso que podríamos estar más lejos y gracias a nuestros padres que se rompieron el OGT para que tuviéramos un futuro mejor, las distancias se acortan.
 Gracias familia por estar tan cerca a pesar de estar lejos. Y es que la calidad de las relaciones no depende solo de lo cerca que estemos físicamente, depende de lo conectados que estemos. ¡Gracias internet!

Aunque no puedo negar que los canelones de mi vieja están mucho más buenos en la boca que en foto. =)






martes, 23 de abril de 2013

RHDP



11/01/13
23:54
Iba a ponerme a hacer cosas importantes pero llevo mucho tiempo posponiendo este post.
Post-poniéndolo. ¡Qué risa!
Voy a parar ya de post-ponerlo y pasar directamente al tema antes de que olvide…
12/01/13
0:13
Voy a hablar de un sentimiento oscuro y excitante que tiene control sobre tu cuerpo dejándote muchas veces paralizado y eriza cada uno de los vellos de tu piel. Agridulce como la adrenalina, pero más agrio que dulce. Digamos 60% a 40%. Cuando ese porcentaje se desequilibra alevosamente, la cosa deja de ser dulce y empiezan a producirse fenómenos sensoriales incontrolables. Vamos, que se te fue de las manos. Entonces la sugestión.

Según nuestra amiga Wikipedia, “El miedo o temor es una emoción caracterizada por un intenso sentimiento, habitualmente desagradable, provocado por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado.” Pongamos como ejemplo: una cucaracha. Una cucaracha es un peligro real, presente, pasado y futuro. Sobretodo futuro ya que las hijas de puta son como inmortales o algo así. Te producen un sentimiento intenso y desagradable al que Freud llamó miedo neurótico. Y aunque me cueste aceptarlo, no estaba equivocado. Un miedo “real” no es. Yo soy bastante más peligrosa para ella. Bastante más lenta a escala y no tan lista, pero soy más grande. ¡Soy gigante! ¡Un gigante que va a por ti cucaracha!
No es verdad. Esa historia se la conté una vez a una niña que se puso a llorar al ver una cucaracha que corría muy rápido, libremente por ahí. La historia pareció servirle y por lo menos no hinchó las pelotas por un rato. Pero, ¿y a mí? A mí no me sirvió la historia. Yo necesito algo un poco más fuerte.
0:35
¡Increíble! He parado solo un momento porque llamaron al timbre y ¿qué me encuentro en el comedor? ¡¡Una reverenda hija de puta!! Si es que pensaba dedicarle este post al miedo pero, ¿qué fue primero? ¿El miedo? ¿O las cucarachas?
23/04/13
11:29
Definitivamente, este post va sobre las cucarachas, esas eternas enemigas que me persiguen desde que tengo uso de razón irracional. He aquí una anécdota sobre encuentros cercanos con las tipas y mi vulnerabilidad frente a ellas.

El acensor
Posiblemente el más famoso y escalofriante episodio que he vivido repetidas veces ha sido en el ascensor de casa de mi padre. Llegar a casa de madrugada, cansada, desesperada por destrozar la cama de un salto mortal después de comerme un sándwich de jamón y queso (todo esto en mi cabeza mientras le doy una vuelta a la llave en la cerradura del portal), me dispongo a subir al ascensor (a pesar de que son solo dos pisos) y entro triunfalmente quedando fuera de los peligros que acechaban en el camino oscuro desde el coche hasta el portal.  Y pienso, ya está, ya es terreno seguro, los peligros de vivir entre las vías del tren y un escampado gigante ya han quedado fuera. ILUSA. No me da tiempo a volver a sentir miedo cuando de repente el ascensor llega a su destino y se abre la primera puerta dejándome inmóvil y erizada hasta el OGT ante la presencia de una RHDP (Reverenda hija de puta). Tengo poco tiempo para pensar, poco tiempo de reacción, ¡pocas opciones!
1º Si le doy una patada a la puerta y paso corriendo, puede que no pase nada y esté fuera de peligro rápidamente, pero también puede que el bicho salte o vuele y me ataque (sí, ríanse…) 2º Puedo volver a bajar cerrando así la primera puerta y dejando a la bicha fuera y volver a subir luego por las escaleras, pero hay más peligro aún porque ésta podría meterse dentro del ascensor  y así nos quedaríamos encerradas y a solas durante más tiempo, además, si la operación sale con éxito, puede que luego en las escaleras encuentre más obstáculos. Descartada. Me dispongo a llevar a cabo la opción nº 1 pero no dándole una patada a la puerta sino abriéndola con mucho cuidado con la MANO (to’ creisi) y casi llorando de pánico salgo de la trampa triunfal pero casi meada encima. Prueba superada, pero la cosa no acaba aquí. Mentira que me voy a ir tan tranquila a dormir después de una escena de éste calibre. Ni sándwich ni na, estás que voy a la cocina… Ir al baño ya me supone un esfuerzo mental tremendo, con todas las cañerías y humedades que hay en esa fiesta para cucarachas… Me acuesto decidida a dormir, con la luz encendida, mirando hacia todas partes, luego de haber revisado por encima los recovecos de mi cuarto, debajo de la cama, detrás de la mesita de noche, la ventana bien cerrada con 28 grados de calor en verano… Y pienso: ¡qué daría por sentir otra clase de miedo! El miedo irracional que siento al ver una peli de terror, o cuando hablamos de temas sobrenaturales ¡o espíritus! Es una sensación de miedo muy distinta y muy parecida a la vez. Dormir con todas mis extremidades tapadas bajo la sábana, menos la cabeza. Siempre siento pánico a que algo puedo rozarme una mano cuando estoy durmiendo. Bicho-espíritu. Lo mismo da.
Al final me quedo dormida a las tantas sin darme cuenta, y al despertar, la noche me da un día entero de ventaja para prepararme para el siguiente encuentro. 




Véase también el post de mi amigo Edu Reptil relacionado con este tema:



miércoles, 17 de abril de 2013

ONCE


Algo que escribí hace tiempo y que quería compartir.

17:01     06/08/08
Me quedan 11 cigarrillos… once.  Y como justamente estaba pensando en las casualidades, en mi vida, se me ocurrió contar cuantos cigarrillos me quedaban  porque sospeché que podrían ser 11… y eran 11.
Entonces decidí que serán los últimos 11 cigarrillos que fumaré, así que tengo que dejarlos para momentos en los que valga la pena fumármelos. Estoy segura de lo que estoy diciendo? Claro que no… je, pero a veces es de esta manera como las cosas mejor salen.
Pedí un deseo para mi último cigarro, el número 11, y le di la vuelta para no olvidarme. No sé si alguna vez creí en estas cosas pero siempre me quedó en el fondo esa incertidumbre, así que por si acaso…
Acabo de encender el primero, ya solo quedan 10 y aunque no hace ni cinco minutos que me fumé uno, este momento lo vale; es como si me hubiera salido de mi cuerpo, siento como si estuviera flotando en el aire… Tengo que conseguir esto que me he propuesto y entonces podré conseguir cualquier cosa que me proponga.
Siento tantos nervios como si fuera la decisión de mi vida! Pero me lo guardo para mi. Qué sensación tan rara! Y qué agradable! Y rara… Me tiemblan las piernas, me tiembla el cuerpo. Es mucho más que el simple hecho de dejar de fumar, va más allá de si podré hacerlo o no. Y aunque no pueda explicarlo, en el fondo yo lo sé, y con eso me alcanza.

12:41     17/04/13
5 años más tarde…